lunes, 25 de febrero de 2008

It’s a free world... (En un mundo libre...)



Creemos habitar en un mundo libre, y ojalá pudiera ser esto una certeza de tanto calibre como el que ésta es una película imprescindible (antes de críticos fuimos poetas). Esta película tiene la valentía de tratar un tema fundamental en nuestras sociedades, la originalidad de no hacerlo desde el punto de vista de los pobres inmigrantes con la mirada triste, y la calidad de, literalmente, dejarte sentado, planchado, enfadado.


El tema de la película es la inmigración y como ésta es acogida en la presunta capital de Europa, Londres, pero en realidad En un mundo libre… va mucho más allá, y parece erigirse como un diagnóstico y análisis de los valores morales y personales que definen nuestras sociedades, porque si bien es inevitable aceptar que la inmigración es uno de esos hechos sociológicos que nos retratan y describen, más aún lo son los valores que, dándonos cuenta o no, modelan nuestras vidas: el egoísmo, la mera preocupación por nosotros mismos y por los más cercanos (aunque a veces ni por éstos mismos); la obsesión por un presunto éxito profesional, algo difícil de definir; el permitirnos pisar a otros porque intuimos que, si no lo hacemos nosotros, alguien vendrá después a hacerlo, los otros serán igualmente pisados y yo no obtendré ningún beneficio.... Uno desarrolla una enorme simpatía por la protagonista en los primeros tramos de la historia, Angie, pero hay otros momentos, acercándonos al final, en que no puede evitarse detestarla y desearla todos los males del mundo, quizá porque uno sospecha que nadie está libre de arrojar la primera piedra, y porque la película transmite muy sabiamente algo que suele pasarse por alto: y es el hecho de que el que hace el mal, no suele hacerlo por maldad o por detestables intenciones o por ser de una naturaleza inhumana, sino por el simple hecho de que le viene bien, de que le compensa, porque importa más el beneficio propio que el aprovecharse de otro, sobre todo si ese aprovechamiento puede hasta camuflarse en servicio o ayuda. En ese sentido, las protagonistas no son mejores ni más sensibles ni comprensivas por el hecho de ser mujeres, sino que tienen la capacidad de desarrollar su negocio con otras armas, pero persiguiendo el objetivo que define a nuestras empresas, a nuestros trabajos, a nuestros tiempos: el beneficio.


Quizás estamos tratando demasiado el o los temas de la película, y menos de lo que parece la película en sí. Pero esa es otra muestra de la grandeza de ésta. Y es que el director, Ken Loach, pone su cámara y sus actores al servicio de un guión magníficamente escrito por Paul Laverty. No pretende demostrar, como otros que se llevarán premios y halagos, el buen cine que sabe hacer. Simplemente lo hace. Quien quiera ver en esta película una más de la cesta que Loach va rellenando, y que varias veces es cierto que no están a la altura, es posible que quizá haya opinado sin pasar antes por taquilla. La protagonista, Kierston Wareing, crea un personaje tan creíble como contradictorio, y parece intimidar este nuevo tipo de mujer capaz de quedar con los inmigrantes más atractivos para echar un polvo y que encima resulte creíble.

No vivimos en un mundo libre, y fue Goethe quien dijo: “Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo”. Pero dense un regalo, sean libres por hora y media, y vayan a ver esta película.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sin duda es todo un regalo.

Me gustó lo de que Kean Loach no pretende hacer buen cine, sino que se pone y lo hace.

A mi el sabor que me deja está peli es que es muy humana. Lo cual no quiere decir que sea ningún piropo.

huevocero!