domingo, 24 de octubre de 2010

La red social



Hemos tardado en volver a publicar, y es que el 2010 no pasará a la historia ni por la creación de empleo en el país desde el que escribo ni por la calidad de las películas estrenadas. Añadan a eso la suerte de tener un proyector en casa que permite ver las películas al mismo tamaño que en muchas salas, y comiencen a preocuparse si acaban de invertir en una nueva sala de cine. Aunque siempre podrán proyectar Eclipse.

Hablar de La red social, película dirigida por David Fincher y guionizada por Aaron Sorkin, supone elegir entre contemplarla como un mero ejercicio de entretenimiento, muy bien narrada y con un desarrollo que traslada las conversaciones de la Casa Blanca a los pasillos de Harvard, o atreverse a definirla como un análisis de nuestros tiempos, una especie de, como ya habrán dicho muchos antes aunque nosotros no les hayamos leído, Ciudadano Kane del siglo XXI en el que se trata de diseccionar la esencia de los grandes hombres que, detrás de sus enormes capacidades y logros, en el fondo, también son humanos.

Intriga, no aburre, no hay malos o buenos, las dosis de simpatía por los personajes se contrarrestan con lo ambiguo de aquello que recibe el repelente nombre de propiedad intelectual. El protagonista fascina con sus rápidas respuestas, pero también aterra con su falta de emoción. No entraremos a valorar cuanto o no hay de real, aunque basada en la realidad toda historia es dramatizada y manipulada para que 122 minutos pasen rápido. Pero resulta maravilloso que el cine pueda ser tan actual, que nos ayude a entender el a la vez complejo mundo en que vivimos pero en el que a la vez los estudiantes de quizá su universidad más prestigiosa, Harvard, son los primeros en apuntarse al carro de mantener una vida e identidad paralelas en el mundo digital. Poniendo fotos en el muro de la última barbacoa.

Buena película, de lo mejor del 2010. Vayan a verla. Lo de abrirse una cuenta en facebook es decisión suya.

martes, 13 de abril de 2010

El Escritor



Si quieren asegurarse un par de horas de gran cine, de ese en el que hasta cualquier plano detalle tiene una intención, en el que no podemos evitar hacer paralelismos clarísimos con la realidad, pero hasta la realidad queda maltrecha y boba respecto a la historia que pasa por nuestras retinas, no dejen de ver El Escritor (como suele suceder, más impreciso que su original The Ghost Writer).

Geniales interpretaciones. Un político que tras dejar el poder se rodea de un séquito de mafioso ruso, que se ocupa tanto de sus abdominales como de proteger su trasero. Un protagonista de esos con los que es fácil sentirse unido, que representa el pequeño e incauto hombre corriente (aunque en este caso quizá mas guapo que la media) frente a la gran maquinaria del poder y la política. Unas mujeres que parecen débiles pero en las que no debimos nunca haber confiado. Unos escenarios casi oníricos en los que esconderse resulta difícil. "Es el guión, estúpido", podría decir alguien ante el éxito que tuvo la película en Berlin. Y es que en el tiempo del 3D, en el del 4D, en el del holograma o en lo que les de a nuestros nietos (si es que los tenemos) por inventar, el guión es y seguirá siendo lo que sobre lo que se construye una película. Y si éste hace aguas, mucho del trabajo posterior se saldra por las rendijas. No es así en nuestro caso.

Quizá lo más criticable sea unos acontecimientos finales que nos hacen muy consciente de que los títulos de crédito están a punto de llegar. El casi epílogo del final es la guinda del pastel, un pastel sabroso dirigido por alguien con 76 años, en una de sus probablemente mejores películas. Suerte que Roman no se jubiló ni a los 65 ni a los 67.

Excepcional última película del maestro Polanski. Esto sí es casi casi Hitchcock... pero claro, quizá ya no confiamos en que acaben sobreviviendo los buenos. Vayan a verla ya, de lo mejor del 2010 sin haber llegado a su mitad.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Shutter Island




Acudir al cine a ver la nueva película de Martin Scorsese tiene tanto de gusto por el cine como de veneración al maestro. Supongo que hay gente que sigue acudiendo a una determinada iglesia a escuchar el sermón del párroco aunque ésta no sea precisamente la que esté más cercana a su casa. Scorsese decidió no ponerse detrás del púlpito y si hacerlo detrás de la cámara, y será porque conocemos este detalle de su biografía o por lo poderosas que suelen ser sus historias, personajes e imágenes, que su cine en pantalla grande nos recuerda al rito de asistir a una celebración, a una misa en la que todo está debidamente medido y sopesado para que salgamos creyendo en Él.

No es seguramente Shutter Island la mejor de sus películas y sus casi dos horas y media de metraje no pueden competir con la magia de la anterior, Infiltrados, película que en nuestra opinión refleja como ha sabido seguir contando las historias que le gustan de traiciones, personajes al límite y violencia como si fuera la primera vez, como si no llevara rodando décadas, entusiasmando al público, y haciéndonos disfrutar con cada barrido de la cámara a izquierda o derecha.

Shutter Island es un estudio sobre la locura en una película que como tantas de los últimos tiempos resultan más creíbles sobre el celuloide o el papel que pensadas en la vida real. De siempre el cine ha tenido que decidir que contar y que no contar al espectador para inventar así una historia, y probablemente en esto sea un arte más libre que la propia literatura en la que suele inspirarse.

El personaje que interpreta Di Caprio, siempre dando la talla como nos tiene acostumbrados, va entrando en la película en una espiral de desconfianza y paranoia que no es sino el fiel reflejo de lo que descubriremos al final. La mente se ve obligada en ocasiones a construir una realidad paralela en la que poder protegerse del dolor humano, y cuanto más inteligente sea esa mente más difícil de romper puede llegar a resultar ese delirio que sustituye a lo que solemos aceptar como real.

No puedo evitar admirar la ardua tarea que debió de resultar el montaje de esta película, con la amiga Thelma sentada a la derecha del padre, plano arriba, fotograma abajo, esto va aquí, dejamos esto o lo quitamos…

No seré yo quien no les recomiende que vayan a ver una película de uno de mis directores favoritos. No tomen vino ni palomitas durante la proyección, lo que verán será suficiente para hacerles dudar en algún momento de su propia cordura. Pasen y vean.

lunes, 25 de enero de 2010

Up in the air




Desconfíen, desconfíen de las opiniones ajenas. Yo no lo hice y ante unas estupendas críticas en los medios españoles sobre la última película de Jason Reitman, que ya me había mosqueado un poco con el tremendo éxito de Juno y que a mí no me pareció para tanto, entré al cine ilusionado y salí bastante aburrido, poco impresionado, sin nada que me dejara esta película, una de tantas que pasan por las carteleras pero carecen de corazón.

George Clooney cae bien. El actor, no el personaje que interpreta aquí. Es un tipo que no se toma demasiado en serio a sí mismo, que de veras parece a veces interesado en las desigualdades del planeta, que es un guapo no odioso. Richard Gere nos cae mal a los hombres, da cierta… dentera, yo creo que George Clooney no. Pero el personaje que interpreta en esta película es bobo, un soltero empedernido que parece regocijarse de sus tarjetas de líneas aéreas cual ejecutivo triunfador, olvidando que no es tan glamuroso arrastar tu propia maleta en la que va mezclada la ropa sucia con la limpia, que los Hilton del Medio Oeste americano tienen su punto cutre, y que en el fondo tiene un trabajo que, por bien pagado que pueda estar, me recuerda más al de aquellos señores que limpian las cabinas de los peep-shows en Amsterdam que al de un exitoso empresario. Pero se enamora y va a una boda y puede ser feliz y blablablá… Meloso, previsible, aunque el final no sea un happy ending, casi todo lo anterior lo ha sido, y a pesar de esto no hay sorpresa, no hay verdad, solo carantoñas de amantes, vuelos en Primera (donde los asientos son más grandes, sirven bebidas gratis, y hay periódicos, ¿y qué?), enseñanzas de manual de ejecutivos de 9’95 en amazon…

Este intento de retrato de un hombre moderno, que quiere vivir sin peso encima, sin ataduras, disfrutar sin comprometerse, resulta siendo bastante soso y superficial. Vayan a ver otra cosa.