miércoles, 27 de febrero de 2008

There will be blood... (Pozos de Ambición)



Han pasado unas 100 horas desde que viera There will be blood, pero creo que es una de esas películas que no dejan a uno indiferente, y de las que uno recuerda sin esfuerzo la textura de sus imágenes, el rictus de su protagonista, y la música compuesta por Jonny Greenwood.

Paul Thomas Anderson (si, el de Magnolia), ha dejado que pasaran cinco años entre su anterior película, Punch Drunk Love, de la que recuerdo detalles como natillas de supermercado y que me puso realmente nervioso y con ganas de marcharme del cine, y ésta actual, que puede competir con Magnolia por el trono de su mejor película. Yo diría que este es un director de esos cuyas películas nos van a acompañar a lo largo de lo que nos quede de vida, porque parece reinventar un poco su cine en cada proyecto, parece divertirse haciéndolo, y encima lo hace muy bien. Si me lo permiten, y salvando las enormes distancias, es algo así como el Amenábar del cine americano (o, con permiso, Amenábar es el Thomas Anderson del cine español). Aunque eso sí, uno es más profundo que el otro en su manera de retratar al ser humano… y ustedes se dirán cual es.

Creo que no me aburrí en ningún momento de la película, y eso, con 158 minutos, tiene mucho mérito. Las primeras escenas parecen celebrar un redescubrimiento del cine mudo, porque no hacen falta las palabras para retratar la ambición, la dureza del trabajo y a un personaje que posee esa capacidad de resultar admirado y detestado a la vez. El cine, como casi todas las artes, necesita en gran parte de la mitificación para construir historias universales. En esto pensaba yo mientras, mirando la pantalla, me preguntaba si podría hacerse en nuestro país una película que tratara lo mismo, el ascenso de un hombre ambicioso y sin tapujos al éxito y a la riqueza. Mi propuesta sería que se hiciera esta película no sobre el petroleo claro, sino sobre la construcción, y consulten la biografía de Paco el Pocero si creen que aquí no tenemos material suficiente. Pero si, tienen razón, quizá la mitificación resultara mucho más difícil en este caso…

Quizá los momentos más irregulares de la película son los que tratan la enérgica fe de los que algunos caen presa, pues sin sobrar del todo aportan una comicidad que recuerdo distraía a muchos de los que me rodeaban en el cine. Es decir, en realidad tienen un mérito enorme, porque con humor aportan más leña a los mensajes que nos manda la película: el terrible fondo de algunos hombres que anhelan el poder y detestan al resto de sus congéneres, y la casi imposibilidad de triunfar en algunos mundos sin engañar a los demás. Estarán de acuerdo o no, pero a pesar de ser unas ideas algo tópicas y manidas, la película las transmite de una manera genial.

Daniel Day-Lewis se come la pantalla sin parecer pretenderlo. Y se come también la pantalla la estupenda música de Greenwood, miembro de Radiohead, que une música tenebrosa, otra inspirada en Bernard Herrmann, algo de ‘drum and base’, música sinfónica romántica y también contemporanea… En definitiva, una música muy cinematográfica en la que la película se apoya en muchos momentos y que la dan razón de ser, algo muy común en el cine de Thomas Anderson.

En resumen, ésta película debería haber ganado premios y no otra, y ésta película vale en oro negro el precio de su entrada, así que vayan a verla ya…

lunes, 25 de febrero de 2008

It’s a free world... (En un mundo libre...)



Creemos habitar en un mundo libre, y ojalá pudiera ser esto una certeza de tanto calibre como el que ésta es una película imprescindible (antes de críticos fuimos poetas). Esta película tiene la valentía de tratar un tema fundamental en nuestras sociedades, la originalidad de no hacerlo desde el punto de vista de los pobres inmigrantes con la mirada triste, y la calidad de, literalmente, dejarte sentado, planchado, enfadado.


El tema de la película es la inmigración y como ésta es acogida en la presunta capital de Europa, Londres, pero en realidad En un mundo libre… va mucho más allá, y parece erigirse como un diagnóstico y análisis de los valores morales y personales que definen nuestras sociedades, porque si bien es inevitable aceptar que la inmigración es uno de esos hechos sociológicos que nos retratan y describen, más aún lo son los valores que, dándonos cuenta o no, modelan nuestras vidas: el egoísmo, la mera preocupación por nosotros mismos y por los más cercanos (aunque a veces ni por éstos mismos); la obsesión por un presunto éxito profesional, algo difícil de definir; el permitirnos pisar a otros porque intuimos que, si no lo hacemos nosotros, alguien vendrá después a hacerlo, los otros serán igualmente pisados y yo no obtendré ningún beneficio.... Uno desarrolla una enorme simpatía por la protagonista en los primeros tramos de la historia, Angie, pero hay otros momentos, acercándonos al final, en que no puede evitarse detestarla y desearla todos los males del mundo, quizá porque uno sospecha que nadie está libre de arrojar la primera piedra, y porque la película transmite muy sabiamente algo que suele pasarse por alto: y es el hecho de que el que hace el mal, no suele hacerlo por maldad o por detestables intenciones o por ser de una naturaleza inhumana, sino por el simple hecho de que le viene bien, de que le compensa, porque importa más el beneficio propio que el aprovecharse de otro, sobre todo si ese aprovechamiento puede hasta camuflarse en servicio o ayuda. En ese sentido, las protagonistas no son mejores ni más sensibles ni comprensivas por el hecho de ser mujeres, sino que tienen la capacidad de desarrollar su negocio con otras armas, pero persiguiendo el objetivo que define a nuestras empresas, a nuestros trabajos, a nuestros tiempos: el beneficio.


Quizás estamos tratando demasiado el o los temas de la película, y menos de lo que parece la película en sí. Pero esa es otra muestra de la grandeza de ésta. Y es que el director, Ken Loach, pone su cámara y sus actores al servicio de un guión magníficamente escrito por Paul Laverty. No pretende demostrar, como otros que se llevarán premios y halagos, el buen cine que sabe hacer. Simplemente lo hace. Quien quiera ver en esta película una más de la cesta que Loach va rellenando, y que varias veces es cierto que no están a la altura, es posible que quizá haya opinado sin pasar antes por taquilla. La protagonista, Kierston Wareing, crea un personaje tan creíble como contradictorio, y parece intimidar este nuevo tipo de mujer capaz de quedar con los inmigrantes más atractivos para echar un polvo y que encima resulte creíble.

No vivimos en un mundo libre, y fue Goethe quien dijo: “Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo”. Pero dense un regalo, sean libres por hora y media, y vayan a ver esta película.

jueves, 21 de febrero de 2008

Juno



Uno de los mayores problemas con los que suele enfrentarse el ser humano es el del desajuste entre sus expectativas y la realidad. Así nos ha ocurrido con Juno, interesante y entretenida película que venía avalada por grandes opiniones y que se queda finalmente en ese eufemismo que se aburrirán ustedes de leer aquí y en otros lugares, porque pese a aburrido y repetido, encierra ese sentimiento de que a uno le ha gustado lo que acaba de ver, pero no le ha llegado como le hubiese gustado. Nos referimos, claro está, a la ya mencionada palabra interesante.

Comienza Juno la protagonista vestida de caperucita roja y la película parece invitarnos a pensar qué injusta es nuestra condición de animales con capacidad reproductiva, que hace que una joven procaz y con carácter tenga que aceptar que con un rato de roce y placer venga añadido un embarazo no deseado. A lo que alguien podría contestarme, ¿y si es tan madura, por qué demonios no usaron un condón?

Juno se enmarca en un grupo de películas de las que el espectador medio (y no por supuesto el lector de nuestro blog) podría pensar que son independientes, ese otro eufemismo del que la gente parece olvidar lo que realmente significa. Tratan de contar historias de sus personajes saltándose tópicos y clásicas reglas sociales y enganchando al espectador por el duelo entre el individuo que son sus personajes y la molesta marea que es el resto de la sociedad. De la misma productora es Pequeña Miss Sunshine, muy superior a ésta, brillante en su historia, en sus personajes, en un desarrollo milimetrado de la acción que jamás decae ni aburre.

Lo que ocurre con Juno es que cuenta como en una familia poco dada a dramatismo y exageración la chica de 16 años se queda embarazada. Aparecen los futuros padres adoptivos, que no lo acabarán siendo en plural (que horror el personaje de Vanesa, guapa e insoportable, peligrosa mezcla), el padre (o el que al menos fecundó), los comprensibles no abuelos/padre-madrastra,… Lo que ocurre es que la película parece querer decir: ‘Mirad que familia más buena y comprensiva, que aceptan el embarazo no deseado y no hacen un drama de ello’. Y eso pensaba yo mientras la veía, que si hace unos años de púber me hubiera pasado algo así, o si dentro de otros tantos quizá de padre me toca ser el comprensivo, espero hacerlo con esa entereza y esa tranquilidad, y gracias a dios espero con una hija que no sea una histérica. Si, como modelo de familia, funciona, pero a uno se le queda irremediablemente la sensación de que a la película le falta algo… Es como si le faltara un poco de fuerza, como si el director no terminara de apostar del todo por lo que está pasando y contando.

Quizá seamos muy exigentes. No tiran el dinero si van al cine a verla, por supuesto que no. Es solo que cuando uno ha conocido y amado las verdaderamente buenas películas, todas aquellas que no lo son, pero que estuvieron en el camino, dejan un regusto agridulce. Genial Ellen Page, aunque nos quedamos antes con Hard Candy, no sé si mejor pero sí más arriesgada que Juno. Ah! Y gran plano final…

sábado, 16 de febrero de 2008

Sweeney Todd: Tiempos desesperados

Tras años de rumores no consumados, el Sweeney Todd de Tim Burton llega por fin con el peso de Sondheim -por hacer un mal chiste- pegado a su cuello. Tal como suele pasar con las temidas adaptaciones, y en este particular, con la cultura popular made in Broadway, a los que desconocían la obra les ha maravillado la golosina de Tim Burton y el resto se ha dividido. Es desde luego correcta, pero no emociona, a pesar de un esforzado primer acto en el que se ha cuidado cada detalle de la dirección artística. Sin embargo, falta humor y sobra maquillaje gótico, y a veces a Burton se le escapa el pincel con la infografía, como en ese "By the sea" en el que el director emula su propio Bitelchus (1986).


Las criaturas de Sondheim se acomodan sin problema a la estética Burton pero echamos de menos algo más de coreografía en este cuento victoriano. Parece que da miedo promocionar al musical (¿por qué en el tráiler español no salen escenas cantadas?) como lo que es: dos horas que completan el libreto original prácticamente entero, salvo por la maravillosa canción "Kiss me", que ha sido mutilada y cantaba la joven pareja de enamorados Anthony y Joanna, sin duda los más flojos de la función. Una pena, porque en ellos reside parte de la filosofía de esta sátira de la moral victoriana. Para Todd, la lucha de clases es un vehículo con el que ejecutar la venganza de su drama personal, pero al final, la moraleja no distingue entre ricos y pobres, sino inocentes y culpables. A pesar de sufrir las exigencias –sociales, sexuales- de unos ‘tiempos desesperados’, Antohny y Joanna sobreviven gracias a su inocencia, que les mantendrá ajenos a la tragedia. Para el resto, el destino les marca desde el inicio. Incluso el pequeño Toby, un huérfano de Dickens envilecido por el entorno, reproduce el esquema de los adultos: la sangre llama a la sangre.


miércoles, 13 de febrero de 2008

No Country for Old Men (No es país para viejos)



Los hermanos Cohen la han vuelto a hacer. Quizá piensen ustedes que comenzando así, éste será otro análisis más de la genialidad de esta pareja de sangre, en un intento de tratar acerca de su simbiosis entre cultural popular, rasgos típicos de la América profunda y un estilo personal, pero nada más lejos de la realidad. Estamos, como tantas veces, ante una película que no tendría la relevancia mediática si el apellido en los carteles fuera otro.

Nadie pone en duda que los Coen son unos buenos e interesantes cineastas. Sus imágenes tienen verdad, de la cruda y llana, sus planos, y mucho en esta película, son casi perfectos. No sobra ni falta nada. Pero nos pasa lo que suele pasar con ellos, que queríamos hablar de una película y acabamos hablando de sus principales autores. Quizá lo que los aleja de ser unos cineastas geniales es que parecen ponerse por encima de sus historias. Ellos no están al servicio de la historia, no, más bien la historia y la película están ahí para demostrar lo ‘personales’ y ‘poco comerciales’ que pueden llegar a ser, las ‘atmósferas’ que saben crear, la ‘desoladora’ realidad que son capaces de transmitir. Genial. Enhorabuena. Pero yo no voy a la sala del cine para que me insinúen o cuenten los grandes cineastas que son, sino para que me lo demuestren.

El que escribe no ha leído la novela homónima de Cormac McCarthy, pero basta un poco de sentido común y ciertos conocimientos de guión para darse cuenta de que la adaptación a la pantalla no ha salido redonda. El personaje a partir del cual se da título a la novela/película, interpretado por un genial Tommy Lee Jones, trata de ser el que marca el punto de vista, y para ello se mete con calzador desde los primeros planos su voz en off y se acaba en el último con momento íntimo de índole freudiana que uno ya se ve venir y con el que empieza a revolcarse en la butaca. ¿Estamos realmente ante una reflexión sobre los cambios sociales, sobre la inadaptación de un adulto que se va convirtiendo en anciano? No. ¿Entonces por qué se titula la película así? Puedo creerme que en la novela el autor, tras persecución, tiros, crueldad (para nada intolerable), evite el momento de la última refriega y no nos muestre el asesinato de Llewelyn Moss, gran interpretación de Josh Brolin del que uno llega a creerse que ni le cambie al gesto al encontrarse un par de millones de dólares; pero si el eje de la película es la violencia, la fascinación que puede provocar un personaje despiadado como el que interpreta Javier Bardem (inspirado seguramente por Boris Karloff en Frankenstein), y hay que reconocer que eso lo filman estos señores como casi nadie (con permiso de un tal Martin), ¿por qué de repente tratar de cambiar las tornas y querer narrar un momento dramático? Eso no vale señores, no vale…

Creo que los Coen (y por favor, que no os piten los oídos, si todo el mundo se metiera con vosotros yo saldría a defenderos) deben de ser unos excelentes profesores de guión y dirección. Me ofrezco como alumno. Pero lo que la crítica en general aplaude como una obra maestra no sabe uno muy bien si se trata de una película de acción con tintes desoladores y reflexivos o una película ‘madura’, fatalista y contemplativa enmarcada en un contexto de huida y violencia. A su opinión lo dejo.

lunes, 11 de febrero de 2008

Volver

Volver, la última película de Pedro Almodóvar, y en la que vuelve a tener a su cargo a Carmen Maura, es una piedra más en la construcción de su imaginario personal, en el desarrollo de una sensibilidad en la que el director español vivo más importante y laureado vuelve a demostrar que son las mujeres las que pueblan su mundo sentimental. La película es un homenaje a esas mujeres anónimas que pueblan La Mancha, que saben cuidar de sus ancianos o de sus hijos, y que alimentan una cultura en la que la muerte no hace desaparecer del todo a nuestros seres queridos. En Almodóvar son también cada vez más frecuentes sus guiños y homenajes al cine negro. Los crímenes, las mentiras, parecen haber sustituido a las más intensas pasiones como el motor de sus historias.


Ese estilo colorido y personal es ahora quizá algo menos histriónico, pero en Volver también se adapta para dar más sentido a su historia. El trabajo de su clásico equipo (J.L. Alcaine en la fotografía, José Salcedo en el montaje, Alberto Iglesias como compositor) obtiene un resultado más contenido que en otras de sus obras, acercando la película al tono de la comedia costumbrista pero que en realidad llega mucho más allá por sus referencias sociológicas y existenciales. El cine dentro del cine vuelve a ser objeto de una parte de la película, en la que vemos a Penélope Cruz convertida en empresaria que se dedica al catering de un equipo de rodaje. Genial la escena inicial de las mujeres limpiando y decorando las tumbas de un cementerio que nos remite a un pasado más lejano en nuestra conciencia social que en la realidad del calendario.


Almodóvar es un maestro en eso de conseguir que estemos inmersos en su mundo, en aceptar los acentos de sus personajes, en asumir sus rasgos más marcados, en los primeros cinco minutos de la película. Para lo que otros muchos necesitan media hora él lo ventila rápidamente permitiéndole así ahondar más en sus tramas. Puede que siempre nos esté contando historias con muchos elementos en común, indagando en lo más auténtico y quizá cañí de la realidad de nuestro país, pero es difícil que a estas alturas Almodóvar no se haya ganado ya un hueco en el corazón de casi todos los cinéfilos, como ese cariño especial o esa licencia que se le permite a un familiar algo extravagante que siempre nos cuenta historias algo escabrosas pero que, siempre también, están repletas de vida.



Brokeback Mountain (En terreno vedado)

Brokeback Mountain, la última película de Ang Lee, es un puro y lírico canto al amor y a la libertad que ahonda en ese concepto tan arraigado en nuestra cultura de que, las más bellas historias de amor, son siempre las imposibles. La película se acerca a una perfección técnica y rítmica que va más allá de lo puramente académico, pero en ningún momento rivaliza con la historia que nos cuenta sino que se pone al entero servicio de ella: la de dos hombres que son dichosos cuando están juntos pero que habitan un mundo en el que no parecen tener derecho a ser enteramente libres. No es una historia de amor más ni, y esto es lo más maravilloso, un manido melodrama más de los que ha estado siempre llena la historia y la actualidad del cine. Brokeback apela a nuestras emociones, con las vistas de esos interminables paisajes habitados por nuestros vaqueros y sus miles de ovejas, con esos matrimonios que responden a la conveniencia y a las circunstancia. B.M. nos retrata una América profunda de los años 60 y 70 que no es ni detestable ni perfecta, es un ambiente como otro cualquiera en el que la figura de dos cowboys enamorados, por sorprendente que parezca no es en ningún momento irónica ni ridícula, simplemente, ocurre. Y Brokeback apela también a nuestra conciencia, como las grandes obras de arte, pues la experiencia humana que relata la película no deja indiferente. Lo sorprendente de la película es que también funciona cuando los dos protagonistas están separados, lo que ocupa una gran parte del metraje. Se ahonda en la descripción de unos personajes que encuentran suertes diferentes pero no vidas que les hagan felices.

Ang Lee es un maestro para algunos y un mero director sin originalidad para otros, pero parece hacer algo siempre bien: elegir el plano más acorde con el personaje en ese momento de la historia. Si además, como en Brokeback, encuentra a un actor como Heath Ledger que resulta absolutamente convincente en su masculinidad, en su rabia acumulada, en sus miedos y miradas, no estamos ante una película cualquiera. No podía ser con otro con el que cerrara la película en ese plano de la postal de la montaña que da título al film que parece venir hacia nosotros pero no es más que la puerta del armario cerrándose. Sencillamente impresionante.

Presentación

Este es un blog de crítica/opinión. La palabra crítica suena agresiva y presuntuosa y la palabra opinión suena humilde y conciliadora. Así que las dos nos definen bien. Principalmente será de cine, y también trataremos el teatro, la música, los libros... Sí, hay miles, quizá millones de blogs que se dedican a lo mismo, pero nosotros seremos mejores (véanse los conceptos asociados con la palabra crítica), y además lo haremos con pasión y dedicación (lo mismo para opinión). Quizás eso ocurre porque ser crítico es una de las actividades y profesiones más envidiadas, aunque muchos prestigiosos críticos acaben reconociendo con el paso de los años que lo que más les gusta de su trabajo es disfrutar (o sufrir) el espectáculo, y lo que menos, tener que opinar y emitir un juicio sobre ellos. Nosotros no llegaremos a viejos.