miércoles, 3 de marzo de 2010

Shutter Island




Acudir al cine a ver la nueva película de Martin Scorsese tiene tanto de gusto por el cine como de veneración al maestro. Supongo que hay gente que sigue acudiendo a una determinada iglesia a escuchar el sermón del párroco aunque ésta no sea precisamente la que esté más cercana a su casa. Scorsese decidió no ponerse detrás del púlpito y si hacerlo detrás de la cámara, y será porque conocemos este detalle de su biografía o por lo poderosas que suelen ser sus historias, personajes e imágenes, que su cine en pantalla grande nos recuerda al rito de asistir a una celebración, a una misa en la que todo está debidamente medido y sopesado para que salgamos creyendo en Él.

No es seguramente Shutter Island la mejor de sus películas y sus casi dos horas y media de metraje no pueden competir con la magia de la anterior, Infiltrados, película que en nuestra opinión refleja como ha sabido seguir contando las historias que le gustan de traiciones, personajes al límite y violencia como si fuera la primera vez, como si no llevara rodando décadas, entusiasmando al público, y haciéndonos disfrutar con cada barrido de la cámara a izquierda o derecha.

Shutter Island es un estudio sobre la locura en una película que como tantas de los últimos tiempos resultan más creíbles sobre el celuloide o el papel que pensadas en la vida real. De siempre el cine ha tenido que decidir que contar y que no contar al espectador para inventar así una historia, y probablemente en esto sea un arte más libre que la propia literatura en la que suele inspirarse.

El personaje que interpreta Di Caprio, siempre dando la talla como nos tiene acostumbrados, va entrando en la película en una espiral de desconfianza y paranoia que no es sino el fiel reflejo de lo que descubriremos al final. La mente se ve obligada en ocasiones a construir una realidad paralela en la que poder protegerse del dolor humano, y cuanto más inteligente sea esa mente más difícil de romper puede llegar a resultar ese delirio que sustituye a lo que solemos aceptar como real.

No puedo evitar admirar la ardua tarea que debió de resultar el montaje de esta película, con la amiga Thelma sentada a la derecha del padre, plano arriba, fotograma abajo, esto va aquí, dejamos esto o lo quitamos…

No seré yo quien no les recomiende que vayan a ver una película de uno de mis directores favoritos. No tomen vino ni palomitas durante la proyección, lo que verán será suficiente para hacerles dudar en algún momento de su propia cordura. Pasen y vean.